Escribe Ryszard Kapuściński de su viaje a Ghana en Ébano:
En los bordes, más allá del sumidero y a lo largo de toda la calle, se desarrolla la vida doméstica y mercantil. Las mujeres machacan la mandioca, asan a la brasa bulbos de taro, cocinan algún plato, comercian con chicles, galletas y aspirinas, lavan y secan la ropa. Y todo ello a la vista de todos, como si rigiese una orden que obliga a los habitantes a abandonar sus casas a las ocho de la mañana y a permanecer en la calle. La causa real es muy distinta: las viviendas son pequeñas, estrechas y pobres. El ambiente es sofocante, no hay ventilación, el aire es pesado y los olores nauseabundos, no hay con qué respirar. Además, al pasar el día en la calle permite participar en la vida social. Las mujeres no paran de hablar entre ellas, gritan, gesticulan y acaban riéndose. Apostadas junto a una olla o palangana, tienen, además, un perfecto punto de observación. Pueden contemplar a los vecinos, a los peatones, la calle, escuchar conversaciones y riñas, seguir el curso de los acontecimientos. La persona está todo el día en medio de la gente, del bullicio, al aire libre.

