Sería necesario leer cada mañana, antes de empezar el día, un par de páginas del diario de Paul Léautaud, a fin de afrontar la vida sin ninguna pretensión, ni énfasis, ni ilusión.
Julio Ramón Ribeyro
Enero. — Para vivir bien, hay que pensar a menudo en la muerte, dice, creo, un proverbio. No sé si he vivido bien, pero nunca puedo conocer a nadie sin que piense enseguida en la actitud que tendré que adoptar cuando siga su entierro.
Por otra parte, ¿qué es, realmente, ser un gran escritor?
Cuando uno piensa que se dice: un gran escritor, del pobre Flaubert, que solo fue un obrero del estilo –si bien ese estilo es de una uniformidad desesperante y gélida–, sin inteligencia ni sensibilidad. No hay ninguna frase perfecta de M. France que produzca tanta emoción como la menor frase seca, escrita con desenfado, de ese tierno y turbador M. Stendhal. Escribir bien no lo es todo, hace falta además que, bajo las palabras, discurra una sensibilidad. No me comprenden cuando reprocho a ciertos estilos el carecer de capacidad de turbación…
Y además, el insoportable tedio que se desprende de la perfección… Mientras que…
El descuido, un cierto descuido es un gran principio, un motivo, en arte.
Lunes, 21 de julio. — Me estoy volviendo novelesco al envejecer. Me paso el tiempo leyendo novelas de amor. Es para compensar todo aquello que habría amado y que la vida no me ha dado. Me doy cuenta de que no soy tan seco como podría creerse. Parto con mis héroes en sus aventuras. Sueño, río, deseo, sufro con ellos. Cuando cierro el libro, noto como un pellizco en el estómago y contengo con esfuerzo la necesidad de llorar. Por unas horas he escapado a mi vida mediocre, le he dado un sentido a mis sueños inútiles.
Miércoles, 17 de agosto. — He pasado la tarde haciendo limpieza, y seleccionando, entre mis carpetas de notas, papeles, correspondencias, recortes de periódicos, copias de cartas, y no he terminado. He bajado cerca de dos tercios al jardín y los he quemado. He notado como una especie de comezón por hacer lo mismo con mis carpetas del Journal. He encontrado bastantes papeles relacionados con él, notas tomadas abreviadamente, varias, sin fecha, lo que va a aumentar mi falta de estusiasmo y de interés en la preparación para la edición, la forma en que pospongo sin cesar este trabajo lo demuestra.
En esta selección de papeles, he encontrado una nota que escribí sobre esas mujeres que hacen más o menos el amor con un anciano, fingiendo que les gusta, burlándose abiertamente de él…
Viernes, 17 de febrero. — Por lo que le digo esta mañana a la enfermera y que ella le transmite al Doctor le Savoureux, que viene a verme y considera que tengo razón: va a ponerme un régimen astringente, que comporta la supresión de las salsas, causa de mis diarreas, que esta noche he vuelto a tener.
Y el café que me dan por la mañana. Esta mañana, de nuevo, como una lavativa. En lugar de un reconstituyente, agua en el estómago. Y pensar que he tenido que ser yo quien lo descubra y le diga lo perjudicial para mí de las salsas.
A las 11, pequeña visita de Mme le Savoureux, informada igualmente por la enfermera, y de lo perjudicial para mí de las salsas, así como del nuevo régimen, llamado: régimen astringente, que van a ponerme.
Le he hablado, por mi lado, sin rubor, del café que me dan por la mañana: en lugar de un reconstituyente, una lavativa, casi agua en el estómago. Debo reconocer que ella ha aceptado muy bien mis observaciones y como yo le decía que me fastidia molestar a la gente con mis reclamaciones, ella me ha respondido que, al contrario, debo señalar lo que no va para que insistan en que todo se haga absolutamente como yo deseo.
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